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El doloroso proceso de perder un embarazo

En la actualidad, en la era de la “sexualidad abierta” y supuestamente sin tabúes, se continua escondiendo los abortos. Las mujeres cuentan sus embarazos exitosos, pero silencian sus embarazos truncados y es que la muerte vivida tan de cerca, vivida en el propio seno, paraliza.

La muerte intrauterina nunca es “mejor”, siempre representa un disgusto enorme.

Que las parejas vivan mejor o peor el duelo, que lo superen con más o menos éxito o rapidez, no depende tanto de en qué semana se encontraba del embarazo, sino de su vinculación, sus expectativas con ese/a hijo/a, las circunstancias personales de cada uno/a, de cada pareja, de cómo ha sido vivida la pérdida, que tengan un buen o mal acompañamiento, etc.

La poca validación que socialmente se da a las perdidas intrauterinas reprime muchos duelos, los acorta innecesariamente y muchas parejas que se permiten vivirlo son culpabilizadas o se culpabilizan por ello.

A las personas preocupadas por actuar de la mejor manera posible con la madre y el padre que han sufrido una pérdida se les podría sugerir la siguiente “regla de oro”: “En caso de muerte intrauterina no digas o hagas nunca lo que no harías en caso de muerte extrauterina”.

Es muy importante el papel de las personas cercanas a la pareja; de su actitud y de cómo fomenten o censuren las actitudes de dolor dependerá que las personas que han sufrido una pérdida elaboren mejor su duelo o no.

Algunas ideas para ayudar a la pareja en duelo son:

  • Leer y estar informados sobre el duelo (hay fallos fácilmente solucionables si estamos debidamente informados).
  • Permitir y animar la expresión de los sentimientos de dolor y tristeza. Evitar acallarle con frases como: “no pienses mas en eso”, “no llores, mujer”, “tienes que ser fuerte”, etc.
  • Nunca decir “Se lo que sientes”. Si se ha tenido una experiencia similar se puede sugerir que se ha pasado por algo parecido.
  • Evitar minimizar su dolor. “No pasa nada, puedes tener más hijos/as”, “el tiempo lo cura todo”, “aun no estaba formado”, etc.
  • Evitar explicar a la persona en duelo lo que tiene que hacer: “llora que te hará bien”, “sal y diviértete un poco”, … La persona en duelo sabe lo que necesita y ya lo hará, si le dejamos.
  • Prestar indefinidamente y mientras sea necesario, sus hombros, brazos, manos y pecho como consuelo.
  • Aprender a sentirse cómodo/a con el silencio compartido (dar la mano a esa persona y permanecer a su lado).
  • Ser paciente, necesitan hablar y explicar.
  • Evitar aislar a la persona de su familia “no os invitamos a la fiesta porque pensamos que no ibais a venir”, “en ese estado no puedes ir a ver a tu hermana”, etc.
  • No esperar a que la persona en duelo busque ayuda o de el primer paso, sino tomar siempre la iniciativa visitándola o llamándola. Evitar comentarios como: “Cuando me necesitéis me llamáis”.
  • Estar siempre ahí. No evitar el contacto o desaparecer: “No la llamo porque no se que decirle”…
  • No delegar la ayuda en otras personas; todos/as somos importantes (no escaparse).
  • No esperar a que la persona doliente rehaga su vida cuando uno/a decida que ya ha pasado un tiempo prudencial. El tiempo en cada persona es diferente.

Y es que lo que necesita la pareja en este duro momento es que se entiendan y se validen las dimensiones de la catástrofe vital que están viviendo.

En los siguientes embarazos el MIEDO a una nueva pérdida no se abandona, lo que lleva una carga de estrés inherente, frente a otros padres y madres que mantienen la “inocencia intacta”.

En este caso se trata de acompañar en el proceso, entender que son normales los sentimientos contradictorios, que es un proceso lógico y no se debe juzgar, sino dar espacio para poder expresar esos sentimientos, entender las dudas, la necesidad de comprobar que todo va bien; no cargar a la mujer y/o pareja con una lista de deberías porque ésta es una situación ESPECIAL y DIFERENTE. Ayudar a encontrar todo aquello que pueda dar paz, estabilidad, sensación de seguridad, de tranquilidad. Es estar disponibles, dar tiempo, ofrecer apoyo y tener en cuenta que nunca sabremos lo que es estar en su lugar, ni siquiera cuando la persona que acompaña haya vivido en su piel una pérdida, pues el dolor de cada una es ÚNICO y debe tener la categoría como tal.

Texto extraído del libro “La Cuna Vacía” el cual os recomiendo encarecidamente si habéis pasado, como mi pareja y yo, por esta dolorosísima experiencia.

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Hablar de la muerte a los niños y niñas

 En el seno de la familia la muerte parece que no tiene lugar, ni siquiera para hablar de ella. Es demasiado fuerte, demasiado duro. Es evidente que existe discrepancia entre la importancia que tiene la muerte para el niño o niña y la dedicación y atención que se le otorga en el ámbito familiar y escolar. Los/as niños/as hablan de pérdidas y de muertes, matan de vez en cuando a sus juguetes y juegan a morirse para resucitar con oportuna diligencia.

Muchos investigadores han observado que los niños y niñas captan lo esencial de la muerte, pasando por una secuencia que consta de tres fases y que sintetiza los diversos modelos de psicología evolutiva de la idea de la muerte en los niños:

1ª fase: desconocimiento absoluto de la muerte.

2ª fase: descubrimiento real de la muerte del otro

3ª fase: descubrimiento de la propia muerte.

Si hacemos referencia a las edades, parece que antes de los 3 años no hay ninguna idea sobre la muerte, y a los 4 años su concepto es aún bastante limitado. Desde los 5 hasta los 9 años los niños captan la muerte como un acontecimiento definitivo que les sucede a los demás, pero no a ellos. No es hasta los 10 años y en adelante que la muerte ya se ve como un acontecimiento inevitable para todo el mundo.

Las reacciones emotivas del niño y de la niña ante la muerte de una persona amada son similares a las de la persona adulta, aunque se expresan de otra manera. Las más comunes son: tristeza por lo que ha pasado, rabia por haber sido abandonado/a, miedo a que le dejen solo/a, temor a que también pueda morir el progenitor superviviente y sentimiento de culpa por haber provocado la muerte. Hay tres preguntas que, verbalizadas o no, el niño y la niña se hace:

–       ¿He provocado yo la muerte?

–       ¿Me pasará también a mí?

–       ¿Quién cuidará de mí, ahora?

A la pregunta más habitual: ¿Dónde va una persona cuando ha muerto?, la mayoría de niños/as responden reproduciendo aquello que ven y sienten, «que los entierran, que la gente está triste, que van al cielo…», aunque algunos niños inventan nuevos lugares donde ir cuando morimos: «se queda viviendo en una estrella» y otros expresan sus vivencias personales: «estoy muy triste, ayer murió mi abuelo». En cualquier caso, la respuesta del cielo es un excelente referente. Puede ser un lugar tranquilo, donde hay paz, alegría, felicidad, o bien un estado (depende de la edad del niño/a) en que la persona ausente se siente feliz, no padece, sigue queriéndonos y nos protege. En cambio, es importante eludir la referencia a viaje cuando hablamos de la muerte. La persona que va de viaje acostumbra a volver siempre, aunque sea tarde, y la persona que ha muerto no volverá nunca. Las dos informaciones decisivas que más tarde o más temprano el niño o niña necesita saber son que la persona amada no volverá y que su cuerpo está ubicado en un lugar concreto o bien reducido a cenizas si ha sido incinerado.

Finalmente, es necesario tener en cuenta que los niños y niñas observan y captan nuestras actitudes, nuestra angustia, nuestra serenidad, nuestra tristeza, nuestra paciencia, en definitiva, nuestros valores. Es, pues, necesario, poder hablar sobre la muerte en el seno de la familia, de un modo transparente y abierto, sin tabúes ni miedos. El objetivo es despertar la necesidad de introducir en nuestro marco familiar una auténtica pedagogía de la vida y de la muerte.

Texto recopilado de http://www.solohijos.com